lunes, 7 de mayo de 2018

Mercedes Milá en Salvados

El otro día, durante una de las siestas de mi hijo, vi en diferido la entrevista que Jordi Évole hizo a Mercedes Milá para el programa de "Salvados".  Desde entonces llevo dándole vueltas en la cabeza a escribir sobre el asunto, ya que hubo muchas declaraciones de la veterana periodista que me cabrearon e indignaron a partes iguales. Me impresionó bastante el momento de la entrevista en el que habló de su depresión, si alguien que transmite la fortaleza, el entusiasmo y la vitalidad de la Milá puede caer en las garras de una enfermedad mental tan terrible, puede caer cualquiera. No sé en qué momento se produce ese cortocircuito en el cerebro, pero imagino que todos los que han experimentado los estragos de un estado de tristeza infinita han debido de sufrir lo que no está escrito como se suele decir. 

La catalana achaca ese "click" en su cerebro, tan terrible como temible, a un desengaño amoroso y al trabajo. Yo no sé por qué, pero pensé que gran parte de la responsabilidad de su enfermedad la tenía el trabajo, o la ausencia de éste, más que un descalabro sentimental. Dejé de ver Gran Hermano cuando Jorge Javier Vázquez se puso al frente del formato. No tengo ningún problema con el presentador estrella de Telecinco, pero GH fue, es y será siempre Mercedes Milá.  Sin ella el reality pierde su esencia, la razón de ser de que haya tenido éxito entre los espectadores durante más de una década se debe en gran parte al papel que desempañaba la presentadora en el plató.



Durante la charla con Évole, Mercedes le confesó, que a lo largo de la depresión,  llegó a pensar que nunca más sería capaz de volver hacer su trabajo, que nunca más sería capaz de hacer entrevistas, que nunca más tendría la suficiente capacidad de volver a hacer preguntas a un tercero que ayudasen a despejar determinadas incógnitas. En ese punto de la entrevista la entendí perfectamente y me sentí muy identificada con sus inquietudes y preocupaciones. Nunca he vivido un estado depresivo, pero sí que sé lo que significa plantearte seriamente que nunca más vas a volver a trabajar en lo que más te gusta hacer en la vida. Me hago una idea de lo mal que se tuvo que sentir cuando pensó con absoluta convicción que nunca más volvería a entrevistar y/o presentar.

Por lo visto o por lo que entendí a lo largo de sus declaraciones para "Salvados",  hay "algo" de la periodista catalana que ya no gusta en los platós de Mediaset y que la hace incómoda en los estudios de Televisión Española. "Algo" que antes encantaba tanto en la cadena privada como en la pública y que ha generado espectaculares audiencias y mejores ingresos. "Algo" que antes era bueno, quizás muy bueno, y que ahora, no se sabe bien por qué, es malo e incómodo. Ella, como cualquiera en su lugar, defendía su manera de trabajar y se definía como una trabajadora obediente y disciplinada. En esta parte del discurso me cabreé y me indigné ante lo que entendí como una injusticia. Me pareció cruel e inaceptable que una periodista de la talla profesional de Mercedes Milá tuviera que justificarse del modo en el que lo hizo en un momento de su vida en el que se supone tendría que valorarse y aplaudir los años de trabajo realizado.

Para muchos la catalana era prepotente, faltona, descarada e incluso maleducada. Como yo lo veo, o la veía cuando presentaba uno de los realitys más longevos de la televisión, era una especie de personaje que era necesario para que funcionara el formato, una concursante imprescindible para que las galas de Gran Hermano tuvieran sentido. Jorge Javier presenta como los ángeles como se suele decir, pero no es su programa, no es Sálvame y por lo tanto, en su manera de trabajar falta cierto matiz que confiere un carácter especial a los presentadores cuando se encuentran al frente de un programa de éxito.


Entiendo los modos de conducirse de los directivos de los medios y las estrategias y técnicas de la comunicación audiovisual, comprendo a la perfección que lo que manda en cualquier trabajo son los ingresos, pero al mismo tiempo, me fastidia, me supera, e incluso me enerva la deriva que están tomando los contenidos, los personajes y los escenarios televisivos. Ya sé que todo lo que sale en la tele es mentira, tras la caja tonta todo lo que hay es espectáculo, paja, pero es una pena que un medio que entretiene y divierte como pocos saben hacerlo esté perdiendo calidad y criterio a pasos agigantados. El mundo de los influencers, de los participantes venidos de Mujeres, Hombres y Viceversa e incluso de algunos ex grandes hermanos, están cargándose la esencia de la televisión. Ahora lo que se ve por las pantallas es cutre, burdo y zafio, muy zafio.

El reflejo de la sociedad que llega hasta nuestras casas por medios de los informativos y de los programas, muestra a jóvenes que solo quieren ser famosos para recibir aplausos, dinero rápido y alabanzas de perfectos desconocidos; que no tiene mayores aspiraciones en la vida que no tengan que ver con la ropa de marca, los restaurantes de moda, los likes de las redes sociales, y en general un mundo material donde todo es superficial y de mentira. Lo más triste de todo no es ver cómo estos jóvenes pierden el tiempo y desaprovechan todas las oportunidades que les brinda el siglo en el que han nacido, lo más dramático es saber con absoluta certeza, casi tanta como la de un vidente (ja, ja) que si alguien como Mercedes Milá ha acabado confinada al rincón de los tratos televisivos, ellos, sin estudios, sin criterio, sin preparación y sin formación (por mucha ropa y likes que acumulen en el armario y en su redes sociales) de un día para otro se encontrarán tanto o más arrinconados que la veterana periodista, pero sin nada de valor, nada salvo trapitos de marca y pulgares hacia arriba que fuera de Instagram ni tienen valor, ni tienen sentido.

Dedico el post de hoy a todas las personas que trabajan duro todos los días, poniendo lo mejor de sí mismos en el empeño de realizar su labor profesional, sea cual sea, y  especialmente a "Los Javis", que para dedicarse a su vocación, pusieron toda la carne en el asador, sin esperar a que alguien importante del mundo del cine pusiera el foco en su trabajo, sin esperar llamadas que a lo mejor nunca llegarían, sin esperar el triunfo, la fama o el éxito de la mano de lo fácil, de lo rápido y de los likes.




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